Recordando un día en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, cuando fuimos al barrio de San Ramón para visitar una alfarería donde trabajan con barro local. Hace treinta años había más de veinte alfarerías como esta en San Cristóbal, hoy San Ramón es el único que sobrevive.
Hablé un ratito con Ricardo, uno de los hermanos a cargo del lugar. El taller y el oficio han estado en la familia durante cinco generaciones, y cada generación aprendió las habilidades para cosechar, procesar, tornear y hornear el barro de sus padres. Recogen el barro de las montañas que rodean la ciudad y lo llevan al taller para su procesamiento. Allí trabajan con la rueda, produciendo tazas, platos, jarrones, macetas y otras cerámicas típicas de esta región.
Compré un kilo de su barro para ver cómo era. Es cierto que tenía menos elasticidad que la arcilla importada con la que trabajé en el Taller Ceramica AI y fue más difícil trabajar con el, pero tenía un color y un olor que había extrañado con la otra arcilla. Sintío terroso. Ver a Ricardo y su hermano a las ruedas, produciendo infinitas piezas impecables en diseños a juego, fue un recordatorio de la importancia de conocer su material. Es algo que escuché una y otra vez de todos los ceramistas con los que hablé en este viaje: el barro es un material tan sensible que no hay una regla única para todos. La artesanía viene de comprender su propio barro íntimamente: cuánto manejo / reelaboración / calor puede tomar, cómo reacciona a sus manos, sus herramientas, su taller, sus métodos e igualmente cómo deben adaptarse todos estos elementos en respuesta a las necesidades del barro.